La última vez que me senté a escribir algo en este blog estaba al otro lado del mundo, aprovechando lo poco de energía que aun me quedaba después de recorrer algún paraje sacado de un cuento… Munich, Salzburgo, Nurenberg, Brujas… pero ya han pasado casi dos meses desde que regresé y mi lindo platito decorativo con la fortaleza de Salzburgo se hizo añicos.

Ya hace dos miércoles, me había quedado sola en casa cuidando de mi abuelo ya que mi familia estaba en Chiriquí arreglando los detalles para el funeral de mi tío Tobe.

La noche anterior había puesto The Sound of Music, la cual a pesar de ser una de mis películas favoritas, esta era la primera vez que la veia en mucho tiempo. Me la pasé con la pendejada de «ay, yo estuve ahí», cada vez que pasaban alguna escena donde saliera un lugar de los que visité y bueno pues, cosas de la vida que a la mañana siguiente bajo a la terraza para encontrar los pedazos de mi platito desparramados por todo el piso.

Según Tomás, se supone que debo interpretarlo como una señal, aunque me parece demasiado cruel que hubiese ocurrido estando yo tan sensible.
Hoy, prefiero convertir esto en una analogía. Perdí a mi tío. Perdí mi plato. El plato puedo pegarlo de nuevo, puedo botarlo, puedo comprar uno nuevo, (aunque tocará ahorrar un par de años más hasta que pueda viajar a Austria a comprar otro). Pero con mi tío, nos toca a todos mantener a la familia unida.